lunes, 13 de marzo de 2017

El amor, Dios y la prostitución.


            Cuando los habitantes de los países avanzados (suponiendo que estemos medianamente bien situados) miramos a nuestro alrededor, es panorama que vemos es francamente agradable. Por doquier se ve el bienestar, las tiendas bien surtidas, señoras vestidas con elegancia, gente de todo tipo paseando a sus mascotas, automóviles circulando, jardines, jóvenes haciendo deporte...
            Pero si buscamos con atención en parajes más escondidos, y sobre todo si leemos las noticias de los periódicos, la cosa cambia radicalmente. Políticos corruptos, enfermedades incurables, indigentes, desigualdad, países gobernados por regímenes tiránicos, pobreza, explotación... Para citar un horror reciente tenemos el caso de Turquía: un ser incalificable (que ya venía maniobrando desde hacía tiempo) se ha adueñado de todo un gran país, poniendo todo bajo su control, reclutando a una inmensa patulea de gente para controlar los puestos de todo tipo de donde han sido expulsados los anteriores ocupantes. ¿Y eso por qué? Pues sencillamente: la personas imbuidas del espíritu de modernidad, de respeto a los derechos humanos, a la libertad y a la dignidad humana no le sirven para satisfacer su, supongo, descontrolado ego y furibundo deseo de control y de poder.
            Bueno, era sólo un ejemplo.
            El caso es que, resumiendo, el mundo no nos gusta.
            Y no podemos soportar esa idea.
            Tenemos que defendernos contra ella. Si pensamos en ello demasiado, la única salida razonable sería el suicidio. En todo caso, deseamos vivir, y vivir agradablemente.
            Necesitamos tener una visión "positiva" del mundo y de las cosas.
            Necesitamos ocultar el horror que por todas partes nos rodea. Y para ello, como hacía el famoso Potemkin para Catalina de Rusia, colocamos una serie de pantallas que nos oculten la realidad.
            Dos importantes pantallas son Dios y el amor. Y unas cuantas cosas más. Y más adelante hablaré del papel que en el mundo ejerce, o podría ejercer, la prostitución.
            Empecemos con Dios. Creo que hay total acuerdo en que Dios es un ser infinitamente bueno justo y poderoso. Y está claro que un ser así es incompatible con la existencia del mal (o mejor, de tantísimos males) en el mundo. Luego Dios no existe.
            Pero lo que a mí me interesa es la cantidad de personas que se resisten a reconocer esta evidencia. El argumento de mucha gente a favor de la existencia de Dios se reduce a que "si no, no lo entiendo". En las épocas modernas ha habido un sinnúmero de escritores que se han dedicado a describir las vivencias más íntimas de las personas, también en relación con el problema de la muerte y la trascendencia. Pero a mí me gustaría encontrar literatura en relación con el mismo tema, pero de la antigüedad, de antes de que la creencia en "Dios" fuese algo generalizado. Recordemos que Dios fue inventado por los judíos y refinado por los cristianos. Pero en los verdaderos primitivos no existía siquiera la noción de "Dios" y quizá ni siquiera de "dioses". Y una vez que surgió el nuevo mito, la nueva ilusión, Dios, nos aferramos desesperadamente a ella.
            En cuanto al amor, nos encontramos con algo parecido. ¿Existe el amor en la realidad? Es posible que sí, pero sobran motivos para dudarlo. Existe la atracción casi fisiológica que lleva a la gente a emparejarse; pero al cabo de unos años esa atracción desaparece, y es normal que la persona menos dependiente sienta un acuciante deseo de liberarse de la otra. Sabemos de sobra que, en los países económicamente desarrollados, alrededor de una tercio de los matrimonios acaban en divorcio. Y yo, por mi cuenta, aseguro que otro tercio no se divorcia por motivos económicos. Y en el tercio restante estoy seguro que lo que prima es, más que nada, el interés en un arreglo que permita pasar la vida con ciertos niveles de tranquilidad  y bienestar. Se trata de mantener una situación suficientemente agradable y segura, y de no arriesgarse en aventuras que probablemente acabarán mal.
            Sin embargo, a nivel de comunicación social, lo que funciona a toda máquina es eso que llamamos "amor romántico". Otra ilusión cultural a la que no estamos dispuestos a renunciar.
            Recientemente, en un programa televisivo (creo que ni siquiera era un documental) revelaron que, en la película "Pretty woman", la prostituta que interpreta Julia Roberts acaba muriendo de una sobredosis de alguna droga, en un intento de suicidio. Pero "se decidió" (supongo que lo decidirían los inversores que arriesgaban su capital en el rodaje) que hubiera un "final feliz".
            ¿Qué creen ustedes que habría pasado en el mundo real? Es perfectamente posible que un millonario se encaprichara por una furcia joven y especialmente bonita. Pero también es muy probable que al cabo de algún tiempo se hartara de ella y se la sacudiera de encima. Ella, quizá, se habría hecho la ilusión de que podría salir de su espantoso mundo. Y que en la vuelta a la realidad intentase consolarse con un chute que, quizá también, pudo resultar excesivo.
            Pero la gente, los medios de comunicación, la industria del espectáculo, pasan alegremente por encima de los hechos y nos presentan mayoritariamente un mundo color de rosa. Cualquier cosa con tal de no ver lo que cualquier observador objetivo tiene ante su vista.
            ¿Y qué pinta aquí la postitución?
            Consideremos primero que la prostitución es algo que se soslaya, que se oculta, que se niega. Algo muy mal visto y que los bien pensantes persiguen y quisieran hacer desaparecer. Seguramente porque enturbia la ilusión de "amor romántico" que es lo único socialmente presentable. Y sin embargo...
            Reconozcámoslo: si observamos lo que en la vida real es el sexo, si estudiamos el "problema sexual", concluiremos rápidamente que la prostitución no es una mala solución. A no ser que el sexo sea algo importantísimo.
            Pero, ¿realmente es tan importante?
            Para los verdaderos primitivos no lo es. Y para muchos que no son primitivos. Sabida es la extensión que el SIDA ha llegado a tener en África. Consecuencia de lo que estoy diciendo. Hace cien años (hay abundante literatura antropológica que lo confirma) en los numerosos pueblos naturales que todavía quedaban en el mundo, había una amplia, desenfadada, alegre, promiscuidad. Si bien, seguramente, era una promiscuidad usualmente limitada a los ámbitos de la tribu, y sobre todo por efecto de la escasa movilidad de las personas. El problema de África consiste sobre todo en que la movilidad se ha incrementado extraordinariamente, originando una frecuentísima promiscuidad "extratribal" que antes no existía. Comunicaciones periodísticas sobre el problema del SIDA señalan el peligro que son los camioneros, que recorren el continente como vectores de propagación de cualquier enfermedad que puedan tener. Y mucha gente va y viene. Muchos jóvenes salen de sus lugares de origen y se hacinan en grandes ciudades, buscando trabajos en minas o en industrias diversas. Los europeos, en su momento, fomentaron extraordinariamente la prostitución. Y los turistas recorren el continente. En ocasiones son "turistas sexuales". Etcétera, etc.
            Acabo de señalar los problemas que plantea la prostitución, probablemente muy importantes. Pero también conviene señalar su aspecto positivos.
            Para ver el aspecto positivo es preciso centrarse primero en el problema que he señalado antes: lo que en la práctica es el sexo, lo que son las relaciones humanas, frágiles, insatisfactorias, frecuentemente sórdidas. Realmente es bueno que haya personas para las que el sexo no sea algo sagrado, supremo, entregable sólo a una determinada persona con la que se mantiene una especie de unión mística que, reconozcámoslo, nunca se da en la realidad. Esas personas libres de idealismos socialmente mantenidos pueden proporcionar de modo puntual, o por períodos limitados de tiempo, la satisfacción de una fantasía o la de unos deseos exaltados.
            El sexo se integra de esta manera en el flujo natural de la economía. Que, reconozcámoslo o no, es el eje fundamental de la vida.
            Y no hay nada condenable en que esos servicios sean recompensados. Al fin y al cabo, prácticamente todo en la vida es un perpetuo trueque, se reconozca o no.
            Pero la vanidad social nos impide reconocer estas verdades, que en tiempos antiguos eran el objetivo de la filosofía cínica.
            Vanidad que es el soporte del deseo de poder y la voluntad de dominio.