La egoísta
e irresponsable brutalidad de "La Manada" ha hecho aflorar en los
periódicos un sinnúmero de artículos acerca de la violencia sexual, que, al
parecer, es algo que va en aumento en nuestros tiempos. Un alarmante signo de
esto es el hecho de las actitudes controladoras y machistas de demasiados
chicos con respecto a sus "chicas", sean éstas novias formales o no,
a las cuales éstas responden, con demasiada frecuencia, con sumisión y conformismo.
Lo cierto
es que en el mundo occidental esto no es algo nuevo. Las ideas y los
movimientos acerca de la liberación femenina tienen su más llamativo punto de
arranque en los años sesenta, en un momento en que se creyó que la liberación
general de la humanidad iba a ser posible. En estos momentos sobran motivos
para el pesimismo: de momento, estamos retrocediendo y no podemos estar seguros
de que sea posible cambiar esta tendencia.
Pero es que
la tradición anterior, incluso en nuestro mundo, abunda en ese sentido. La
mujer estaba sometida al hombre y tutelada por éste, incluso legalmente. Y
según algunos testimonios que he podido recoger (e informaciones librescas y
periodísticas variadas), en los años cuarenta y cincuenta el que un marido pegase
a su mujer era algo de lo más normal. Y no hablemos del mundo islámico.
Pero, ¿ha
sido siempre así? ¿Es así la humanidad por naturaleza, o se trata de un avatar
de la evolución social?
Yo siento
el impulso de recurrir a la información antropológica disponible. Y allí
descubro que en muchos tiempos y lugares las cosas han sido de otra forma.
Para
empezar, el sexo era algo extraordinariamente libre. Esto era cierto, por
ejemplo, en la Arabia preislámica, en la que, por ejemplo, cuando una caravana
llegaba a una aldea las mujeres se acercaban a los hombres para
"ofrecérseles" como la cosa más natural del mundo. Probablemente, los
maridos estaban disfrutando de favores parecidos en otras aldeas. Y, bien
pensado, era bastante lógico este comportamiento en un mundo pastoril en el que
las idas y las venidas en busca de pastos, o los frecuentes y largos viajes
para comerciar, mantenían separadas a las parejas durante largos períodos de
tiempo.
Pero es que
en muchos lugares sedentarios las cosas eran muy parecidas: los fang del golfo
de Guinea asumían sin problemas los hijos que sus mujeres tenían con otros
hombres, entre los masai el matrimonio era una institución sumamente flexible
que admitía gran libertad tanto para el hombre como para la mujer, en el África
subsahariana existían hasta tiempos no muy lejanos una amplia variedad de
fórmulas matrimoniales, en la isla de Samoa, según nos informa Margaret Mead,
era inconcebible que un hombre maniobrase para reservarse en exclusiva los
favores de una mujer, etc., etc. En este panorama, la palabra
"adulterio" carece de significado. Lo cual no significa que no
hubiese violencia, pero parece claro que la violencia sexual debía ser algo con
un significado totalmente distinto al que nosotros conocemos. Podemos resumir
este conjunto de hechos diciendo que, en los pueblos verdaderamente primitivos
o naturales, el sexo carece de importancia. En consecuencia es posible una
amplia variedad de comportamientos sexuales sin que ello provoque un verdadero
rechazo social.
Probablemente,
las cosas debieron cambiar al desarrollarse la sociedad, al establecerse la
especialización en el trabajo, el derecho de propiedad y las clases sociales.
Acompañado todo ello de un proceso de individuación que convertía a cada uno en
un adorador de su propio yo, lo cual, con la superior fuerza física que el
hombre suele tener con respecto a la mujer, convierte a ésta en un ser
supeditado a aquél. Creo que puedo afirmar que existe una etapa intermedia de
la civilización en la cual el horror alcanza su máximo histórico.
Durante la
segunda mitad del siglo XX pareció que esa situación iba a ser definitivamente
superada. Pero he aquí que la "crisis" (crisis general, de la cual la
económica es sólo uno de los aspectos, aunque quizá el más importante) hace surgir
la incertidumbre e indica el peligro de que volvamos a una de esas etapas
intermedias que a mí tan indeseables me parecen. Esto que digo sirve para los
países desarrollados de cultura occidental, ya que el resto del mundo, o gran
parte de él, puede que esté en la peor de todas las situaciones históricas.
Otra de las
cosas que se ha dicho es que "el ataque grupal está aumentando"
(Javier Urra en "El País", 24-11-2017). Esto parece estar muy
relacionado con el abundantísimo uso de las redes sociales, que facilitan el
contacto entre individuos que ya tenían una cierta predisposición. Es muy
conocido el efecto de reforzamiento que se produce cuando se reúnen un gran
número de individuos con un comportamiento similar. El individuo se siente
estimulado y prácticamente obligado a actos de los que sería incapaz por sí
solo. Es un ejemplo del efecto de las nuevas tecnologías, responsables en gran
medida de la crisis al eliminar muchos seres humanos del proceso productivo,
pero también al producir efectos indeseados en la psicología colectiva. Estas
tecnologías, que por un lado nos dan la oportunidad de crear en Estado
verdaderamente eficaz en la ordenación de la vida humana, por otro lado
facilitan el fomento de actividades gravemente lesivas para los demás.
¿Hacia
dónde vamos?