domingo, 26 de noviembre de 2017

La violencia sexual.
             La egoísta e irresponsable brutalidad de "La Manada" ha hecho aflorar en los periódicos un sinnúmero de artículos acerca de la violencia sexual, que, al parecer, es algo que va en aumento en nuestros tiempos. Un alarmante signo de esto es el hecho de las actitudes controladoras y machistas de demasiados chicos con respecto a sus "chicas", sean éstas novias formales o no, a las cuales éstas responden, con demasiada frecuencia, con sumisión y conformismo.
            Lo cierto es que en el mundo occidental esto no es algo nuevo. Las ideas y los movimientos acerca de la liberación femenina tienen su más llamativo punto de arranque en los años sesenta, en un momento en que se creyó que la liberación general de la humanidad iba a ser posible. En estos momentos sobran motivos para el pesimismo: de momento, estamos retrocediendo y no podemos estar seguros de que sea posible cambiar esta tendencia.
            Pero es que la tradición anterior, incluso en nuestro mundo, abunda en ese sentido. La mujer estaba sometida al hombre y tutelada por éste, incluso legalmente. Y según algunos testimonios que he podido recoger (e informaciones librescas y periodísticas variadas), en los años cuarenta y cincuenta el que un marido pegase a su mujer era algo de lo más normal. Y no hablemos del mundo islámico.
            Pero, ¿ha sido siempre así? ¿Es así la humanidad por naturaleza, o se trata de un avatar de la evolución social?
            Yo siento el impulso de recurrir a la información antropológica disponible. Y allí descubro que en muchos tiempos y lugares las cosas han sido de otra forma.
            Para empezar, el sexo era algo extraordinariamente libre. Esto era cierto, por ejemplo, en la Arabia preislámica, en la que, por ejemplo, cuando una caravana llegaba a una aldea las mujeres se acercaban a los hombres para "ofrecérseles" como la cosa más natural del mundo. Probablemente, los maridos estaban disfrutando de favores parecidos en otras aldeas. Y, bien pensado, era bastante lógico este comportamiento en un mundo pastoril en el que las idas y las venidas en busca de pastos, o los frecuentes y largos viajes para comerciar, mantenían separadas a las parejas durante largos períodos de tiempo.
            Pero es que en muchos lugares sedentarios las cosas eran muy parecidas: los fang del golfo de Guinea asumían sin problemas los hijos que sus mujeres tenían con otros hombres, entre los masai el matrimonio era una institución sumamente flexible que admitía gran libertad tanto para el hombre como para la mujer, en el África subsahariana existían hasta tiempos no muy lejanos una amplia variedad de fórmulas matrimoniales, en la isla de Samoa, según nos informa Margaret Mead, era inconcebible que un hombre maniobrase para reservarse en exclusiva los favores de una mujer, etc., etc. En este panorama, la palabra "adulterio" carece de significado. Lo cual no significa que no hubiese violencia, pero parece claro que la violencia sexual debía ser algo con un significado totalmente distinto al que nosotros conocemos. Podemos resumir este conjunto de hechos diciendo que, en los pueblos verdaderamente primitivos o naturales, el sexo carece de importancia. En consecuencia es posible una amplia variedad de comportamientos sexuales sin que ello provoque un verdadero rechazo social.
            Probablemente, las cosas debieron cambiar al desarrollarse la sociedad, al establecerse la especialización en el trabajo, el derecho de propiedad y las clases sociales. Acompañado todo ello de un proceso de individuación que convertía a cada uno en un adorador de su propio yo, lo cual, con la superior fuerza física que el hombre suele tener con respecto a la mujer, convierte a ésta en un ser supeditado a aquél. Creo que puedo afirmar que existe una etapa intermedia de la civilización en la cual el horror alcanza su máximo histórico.
            Durante la segunda mitad del siglo XX pareció que esa situación iba a ser definitivamente superada. Pero he aquí que la "crisis" (crisis general, de la cual la económica es sólo uno de los aspectos, aunque quizá el más importante) hace surgir la incertidumbre e indica el peligro de que volvamos a una de esas etapas intermedias que a mí tan indeseables me parecen. Esto que digo sirve para los países desarrollados de cultura occidental, ya que el resto del mundo, o gran parte de él, puede que esté en la peor de todas las situaciones históricas.
            Otra de las cosas que se ha dicho es que "el ataque grupal está aumentando" (Javier Urra en "El País", 24-11-2017). Esto parece estar muy relacionado con el abundantísimo uso de las redes sociales, que facilitan el contacto entre individuos que ya tenían una cierta predisposición. Es muy conocido el efecto de reforzamiento que se produce cuando se reúnen un gran número de individuos con un comportamiento similar. El individuo se siente estimulado y prácticamente obligado a actos de los que sería incapaz por sí solo. Es un ejemplo del efecto de las nuevas tecnologías, responsables en gran medida de la crisis al eliminar muchos seres humanos del proceso productivo, pero también al producir efectos indeseados en la psicología colectiva. Estas tecnologías, que por un lado nos dan la oportunidad de crear en Estado verdaderamente eficaz en la ordenación de la vida humana, por otro lado facilitan el fomento de actividades gravemente lesivas para los demás.
            ¿Hacia dónde vamos?