El amor, Dios y la prostitución.
Cuando
los habitantes de los países avanzados (suponiendo que estemos medianamente
bien situados) miramos a nuestro alrededor, es panorama que vemos es
francamente agradable. Por doquier se ve el bienestar, las tiendas bien
surtidas, señoras vestidas con elegancia, gente de todo tipo paseando a sus
mascotas, automóviles circulando, jardines, jóvenes haciendo deporte...
Pero
si buscamos con atención en parajes más escondidos, y sobre todo si leemos las
noticias de los periódicos, la cosa cambia radicalmente. Políticos corruptos,
enfermedades incurables, indigentes, desigualdad, países gobernados por
regímenes tiránicos, pobreza, explotación... Para citar un horror reciente
tenemos el caso de Turquía: un ser incalificable (que ya venía maniobrando
desde hacía tiempo) se ha adueñado de todo un gran país, poniendo todo bajo su
control, reclutando a una inmensa patulea de gente para controlar los puestos
de todo tipo de donde han sido expulsados los anteriores ocupantes. ¿Y eso por
qué? Pues sencillamente: la personas imbuidas del espíritu de modernidad, de
respeto a los derechos humanos, a la libertad y a la dignidad humana no le
sirven para satisfacer su, supongo, descontrolado ego y furibundo deseo de
control y de poder.
Bueno,
era sólo un ejemplo.
El
caso es que, resumiendo, el mundo no nos gusta.
Y
no podemos soportar esa idea.
Tenemos
que defendernos contra ella. Si pensamos en ello demasiado, la única salida
razonable sería el suicidio. En todo caso, deseamos vivir, y vivir
agradablemente.
Necesitamos
tener una visión "positiva" del mundo y de las cosas.
Necesitamos
ocultar el horror que por todas partes nos rodea. Y para ello, como hacía el
famoso Potemkin para Catalina de Rusia, colocamos una serie de pantallas que nos
oculten la realidad.
Dos
de esas importantes pantallas son Dios y el amor. Y unas cuantas cosas más. Y
más adelante hablaré del papel que en el mundo ejerce, o podría ejercer, la
prostitución.
Empecemos
con Dios. Creo que hay total acuerdo en que Dios es un ser infinitamente bueno
justo y poderoso. Y está claro que un ser así es incompatible con la existencia
del mal (o mejor, de tantísimos males) en el mundo. Luego Dios no existe.
Pero
lo que a mí me interesa es la cantidad de personas que se resisten a reconocer
esta evidencia. El argumento de mucha gente a favor de la existencia de Dios se
puede reducir a un "es que si no, no lo entiendo". En las épocas
modernas ha habido un sinnúmero de escritores que se han dedicado a describir
las vivencias más íntimas de las personas, también en relación con el problema
de la muerte y la trascendencia. Pero a mí me gustaría encontrar literatura en
relación con el mismo tema, pero de la antigüedad, de antes de que la creencia
en "Dios" fuese algo generalizado. Recordemos que Dios fue inventado
por los judíos y refinado por los cristianos. Pero en los verdaderos primitivos
no existía siquiera la noción de "Dios" y quizá ni siquiera de
"dioses". Y una vez que surgió el nuevo mito, la nueva ilusión, Dios,
nos aferramos desesperadamente a ella.
En
cuanto al amor, nos encontramos con algo parecido. ¿Existe el amor en la
realidad? Es posible que sí, pero sobran motivos para dudarlo. Existe la
atracción casi fisiológica que lleva a la gente a emparejarse; pero al cabo de unos
años esa atracción desaparece, y es normal que la persona menos dependiente, un
poco más fuerte, sienta un acuciante deseo de liberarse de la otra. Sabemos de
sobra que, en los países económicamente desarrollados, alrededor de una tercio
de los matrimonios acaban en divorcio. Y yo, por mi cuenta, aseguro que otro
tercio no se divorcia por motivos económicos. Y en el tercio restante estoy
seguro que lo que prima es, más que nada, el interés en un arreglo que permita
pasar la vida con ciertos niveles de tranquilidad y bienestar. Se trata de mantener una situación suficientemente
agradable y segura, y de no arriesgarse en aventuras que probablemente acabarán
mal.
Sin
embargo, a nivel de comunicación social, lo que funciona a toda máquina es eso
que llamamos "amor romántico". Otra ilusión cultural a la que no
estamos dispuestos a renunciar.
Recientemente,
en un programa televisivo (creo que ni siquiera era un documental) revelaron
que, en la película "Pretty woman", la prostituta que interpreta
Julia Roberts acaba muriendo de una sobredosis de alguna droga, en un intento
de suicidio. Pero "se decidió" (supongo que lo decidirían los
inversores que arriesgaban su capital en el rodaje) que hubiera un "final
feliz".
¿Qué
creen ustedes que habría pasado en el mundo real? Es perfectamente posible que
un millonario se encaprichara de una furcia joven y especialmente bonita. Pero
también es muy probable que al cabo de algún tiempo se hartara de ella y se la
sacudiera de encima. Ella, quizá, se habría hecho la ilusión de que podría
salir de su espantoso mundo. Y que en la vuelta a la realidad intentase
consolarse con un chute que, quizá también, pudo resultar excesivo.
Pero
la gente, los medios de comunicación, la industria del espectáculo, pasan
alegremente por encima de los hechos y nos presentan mayoritariamente un mundo
color de rosa. Cualquier cosa con tal de no ver lo que cualquier observador
objetivo tiene ante su vista.
¿Y
qué pinta aquí la prostitución?
Consideremos
primero que la prostitución es algo que se soslaya, que se oculta, que se
niega. Algo muy mal visto y que los bien pensantes persiguen y quisieran hacer
desaparecer. Seguramente porque enturbia la ilusión de "amor
romántico" que es lo único socialmente presentable. Y sin embargo...
Reconozcámoslo:
si observamos lo que en la vida real es el sexo, si estudiamos el
"problema sexual", concluiremos rápidamente que la prostitución no es
una mala solución. A no ser que el sexo sea algo importantísimo.
Pero,
¿realmente es tan importante?
Para
los verdaderos primitivos no lo es. Y para muchos que no son primitivos. Sabida
es la extensión que el SIDA ha llegado a tener en África. Consecuencia de lo
que estoy diciendo. Hace cien años (hay abundante literatura antropológica que
lo confirma) en los numerosos pueblos naturales que todavía quedaban en el
mundo, había una amplia, desenfadada, alegre, promiscuidad. Si bien,
seguramente, era una promiscuidad limitada, usualmente reducida a los ámbitos
de la tribu, y sobre todo por efecto de la escasa movilidad de las personas. El
problema de África consiste sobre todo en que la movilidad se ha incrementado
extraordinariamente, originando una frecuentísima promiscuidad
"extratribal" que antes no existía. Comunicaciones periodísticas
sobre el problema del SIDA señalan el peligro que son los camioneros, que
recorren el continente como vectores de propagación de cualquier enfermedad que
puedan tener. Y mucha gente va y viene. Muchos jóvenes salen de sus lugares de
origen y se hacinan en grandes ciudades, buscando trabajos en minas o en
industrias diversas. Luego vuelven y mantienen relaciones sexuales que, ya, son
peligrosas. Los europeos, en su momento, fomentaron extraordinariamente la
prostitución. Y los turistas recorren el continente. En ocasiones son
"turistas sexuales". Etcétera, etc.
Acabo
de señalar los problemas que plantea la prostitución, probablemente muy
importantes. Pero también conviene señalar su aspecto positivos.
Para
ver el aspecto positivo es preciso centrarse primero en el problema que he
señalado antes: lo que en la práctica es el sexo, lo que son las relaciones
humanas, frágiles, insatisfactorias, frecuentemente sórdidas. Realmente es
bueno que haya personas para las que el sexo no sea algo sagrado, supremo,
entregable sólo a una determinada persona con la que se mantiene una especie de
unión mística que, reconozcámoslo, nunca se da en la realidad. Esas personas,
libres de idealismos socialmente mantenidos, pueden proporcionar de modo
puntual, o por períodos limitados de tiempo, la satisfacción de una fantasía o
de unos deseos exaltados.
El
sexo se integra de esta manera en el flujo natural de la economía. Que,
reconozcámoslo o no, es el eje fundamental de la vida.
Y
no hay nada condenable en que esos servicios sean recompensados. Al fin y al cabo,
prácticamente todo en la vida es un perpetuo trueque, se reconozca o no.
Pero
la vanidad social nos impide reconocer estas verdades, que en tiempos antiguos
eran el objetivo de la filosofía cínica.
Vanidad
que es el soporte del deseo de poder y de la voluntad de dominio.
Ahora,
que cada cual saque sus conclusiones.