miércoles, 20 de junio de 2018

Oh, bella, ciao


    Ayer, en el Intermedio, supe que un grupo de viajeros, en un tren, cantó, dirigida a un líder político considerado afín o simpatizante con el fascismo, la canción "Oh, bella, ciao", que es tenida por una canción antifascista. Pero... 
    Una vez escuchada la canción, tuve que preguntarme qué tenía esa canción de antifascista. ¿Quizá que menciona a los partisanos, grandes enemigos del fascismo y de los ocupantes alemanes?
    Poca cosa para mí. Porque para mí, el fascismo, el comunismos, el liberalismo o el cristianismo se diferencian fundamentalmente por el sistema de ideas y creencias que propugnan.
    Pero no caigamos en un exceso de ingenuidad.
    En el mundo real, lo más importante no es la ideología, sino el grupo. Para el individuo es muy importante pertenecer a un grupo, estar integrado en un colectivo de amiguetes que te echan una mano si lo necesitas, te ayudan a ascender socialmente, o a robar en el supermercado, si un día lo necesitas. El grupo es sobre todo un colectivo de colaboración y de defensa contra el resto de los grupos. Luego, sólo como un parte del sistema y a veces no la más importante, está la ideología. Aunque, en mi opinión, es en las formaciones más o menos de izquierdas donde hay más idealismo y honradez, y donde, por lo tanto, tiene más importancia la ideología. Pero eso es otra cuestión. En este momento lo que ha llamado mi atención es ese hecho: una hermosa canción que sirve de símbolo identificatorio a... ¿una ideología, un proyecto social, o un colectivo humano?
    Pero no fijemos nuestra atención en el antifascismo. Es un fenómeno generalizable a cualquier grupo humano.

viernes, 15 de junio de 2018

El deseo de vivir.

El deseo de vivir es el principio de toda corrupción. La pureza, inspirada en la idea de la perfección, se contrapone a las exigencias de la vida práctica, orientada sólo a las exigencias de la supervivencia y de la lucha contra los otros. De este modo se han corrompido todas las religiones, todas las filosofías. Las creaciones de esos poetas, de esos místicos que son los fundadores, solo pueden aplicarse a regir la vida real de los pueblos tras un proceso de desvirtuación, de falsificación. ¿Cómo ha podido, si no, el budismo, la filosofía de la no existencia, ayudar a la supervivencia de las gentes en una región tan inhóspita como el Tíbet? Y en todas las religiones, elementos de la unión entre los hombres, de consolidación social para la vida, existe y perdura la tensión entre la herejía y la ortodoxia. La primera busca el retorno a los ideales originarios de perfección, de trascendencia, de superación de la realidad insatisfactoria y vulgar. La segunda, busca la adaptación a la circunstancia del momento, la satisfacción de los deseos de las masas. Y tened en cuenta esto: una religión en la que han dejado de aparecer herejías es una religión muerta.