viernes, 15 de junio de 2018

El deseo de vivir.

El deseo de vivir es el principio de toda corrupción. La pureza, inspirada en la idea de la perfección, se contrapone a las exigencias de la vida práctica, orientada sólo a las exigencias de la supervivencia y de la lucha contra los otros. De este modo se han corrompido todas las religiones, todas las filosofías. Las creaciones de esos poetas, de esos místicos que son los fundadores, solo pueden aplicarse a regir la vida real de los pueblos tras un proceso de desvirtuación, de falsificación. ¿Cómo ha podido, si no, el budismo, la filosofía de la no existencia, ayudar a la supervivencia de las gentes en una región tan inhóspita como el Tíbet? Y en todas las religiones, elementos de la unión entre los hombres, de consolidación social para la vida, existe y perdura la tensión entre la herejía y la ortodoxia. La primera busca el retorno a los ideales originarios de perfección, de trascendencia, de superación de la realidad insatisfactoria y vulgar. La segunda, busca la adaptación a la circunstancia del momento, la satisfacción de los deseos de las masas. Y tened en cuenta esto: una religión en la que han dejado de aparecer herejías es una religión muerta.


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