miércoles, 31 de octubre de 2018

El mundo del futuro, o toda arma tiene dos filos.


    Ni que decir tiene que el principal elemento de la vida social es la economía. Y he aquí que nos encontramos en un momento en que ha irrumpido en el mundo una tecnología de inconmensurable eficacia. De tal eficacia que sustituye a la mayor parte de la población en su tarea de producir cosas que satisfagan necesidades, más o menos naturales de la gente. Aparece el paro, que seguramente no hará sino crecer.
    ¿Cómo será el mundo del futuro en estas condiciones?
    Voy a permitirme hacer una predicción.
    Habrá varias clases sociales.
    Para empezar, la mayor parte de la población vivirá de las ayudas del Estado. Eso será inevitable, según predicciones que circulan en abundancia, sobre todo con el progreso de la robótica. La ocupación de toda esta gente consistirá en tareas de ocio, orientadas al disfrute y a la ocupación del tiempo libre.
    Tendrá que haber una gran cantidad de empleo público. El Estado creará puestos de trabajo de mayor o menor utilidad, pero inevitables, aunque sólo sea para crear un vehículo de distribución de la riqueza producida por las máquinas. Una buena parte de ese empleo consistirá en un gran ejército de "inspectores de hacienda", gente cuya misión será perseguir a los que poseen y manejan el capital productivo: las máquinas en su enorme diversidad. Será así necesariamente, a no ser que se produzca un drástico cambio en la naturaleza humana. A los productores directos no les hará ninguna gracia que el Estado se apodere de la mayor parte de su producción.
    Y habrá un cierto número de profesionales altamente cualificados que, empleados por las grandes empresas, por el Estado o por libre, gozarán de un envidiable estatus social y económico. Una minoría, en la que privará una intensa competencia.
    Si lo pensamos desde la realidad de lo que ahora es el mundo, se nos antoja como una utopía imposible. Desde luego, para que llegue a ser posible debe cumplirse una condición: una muy notable elevación del nivel moral e intelectual de la gente. Pero, ¿es eso posible? ¿Es compatible la naturaleza humana con un alto nivel general de conocimiento y ética?
    Todo esto, por supuesto, si es que hay futuro. Que no está claro en absoluto.



jueves, 25 de octubre de 2018

El siglo Cuarto: La invención del totalitarismo.


    Tengo la impresión de que, al menos a nivel de manuales escolares de Historia, de que el siglo IV ha sido gravemente marginado. El siglo V, por ejemplo, ha sido señalizado como el del fin del Imperio Romano, ya que el año 476 Odoacro depuso al emperador títere Rómulo, llamado Augústulo, que había sido formalmente entronizado por su padre, Orestes, funcionario romano anteriormente secretario de Atila. Parece ser que fueron los historiadores al servicio de Justiniano los que señalaron esta fecha como fin del Imperio Occidental, ignorando que Odoacro llegó a proclamar emperador a su hijo y olvidando que este hecho apenas ´despertó el menor interés en su momento.
    Sin embargo, en el siglo IV sí ocurrió un hecho de suma importancia: la efectiva cristianización del Imperio y el empeño por parte de la autoridad imperial de imponer una cierta ideología oficial, seleccionado para este cometido la religión cristiana, que ya a mediados del siglo era considerada como "la religión" por excelencia.
    Todo el siglo está marcado por el fenómeno de la imposición del cristianismo y, quizá sobre todo, por las innumerables disputas doctrinales entre unos y otros grupos cristianos, entre los diversos obispos y, quizá de forma muy importante, de la controversia entre los que querían aclarar, depurar, racionalizar la doctrina y los que pretendían simplemente uniformarla, en lo que debemos considerar como el invento del totalitarismo en la Historia.

    En este proceso, a partir de la legalización del cristianismo por Constantino y después por el concilio de Nicea se producen una larga serie de disputas en las que los emperadores se creen con el derecho a intervenir (a veces a petición de los grupos enfrentados) hasta que, por fin, el emperador Teodosio intenta cerrar el proceso por la vía autoritaria, mediante la emisión de las constitutiones (leyes) Nullus Haereticis y Cunctos Populos.
    Por supuesto, y como en repetidas ocasiones puede comprobarse en la historia romana, muchas gentes, e incluso ciudades o regiones enteras, siguieron practicando doctrinas y religiones diversas según buenamente les parecía, pero ese intento de unificación ideológica debe ser considerado de enorme importancia e influencia posterior, sobre todo en la configuración política y jurídica de la Edad Media.