Sin embargo, en el siglo IV sí ocurrió un hecho de suma importancia: la efectiva cristianización del Imperio y el empeño por parte de la autoridad imperial de imponer una cierta ideología oficial, seleccionado para este cometido la religión cristiana, que ya a mediados del siglo era considerada como "la religión" por excelencia.
Todo el siglo está marcado por el fenómeno de la imposición del cristianismo y, quizá sobre todo, por las innumerables disputas doctrinales entre unos y otros grupos cristianos, entre los diversos obispos y, quizá de forma muy importante, de la controversia entre los que querían aclarar, depurar, racionalizar la doctrina y los que pretendían simplemente uniformarla, en lo que debemos considerar como el invento del totalitarismo en la Historia.
Por supuesto, y como en repetidas ocasiones puede comprobarse en la historia romana, muchas gentes, e incluso ciudades o regiones enteras, siguieron practicando doctrinas y religiones diversas según buenamente les parecía, pero ese intento de unificación ideológica debe ser considerado de enorme importancia e influencia posterior, sobre todo en la configuración política y jurídica de la Edad Media.
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