Allá por los años ochenta apareció
un día por televisión un hombre, de raza negra, que iba a ser ejecutado en los
Estados Unidos, cosa que ocurriópoco después. De este condenado a muerte me
llamó la atención el aire de dignidad con que hablaba. Al pronto pensé que es
necesario que un hombre lo vea todo perdido para que en él se produzca esa
última afirmación de sí mismo que permite encarar la aniquilación con valor. Si
este hombre hubiera entrevisto una posibilidad de supervivencia, ¿qué habría
hecho? ¿No se habría rebajado en un intento de aprovechar esa última
posibilidad? ¿No será esto, ese mezquino aferramiento a la vida, la esencia de
la degradación en que la humanidad se ha encontrado siempre?
Pero, por otro lado, conozco casos
en los que no ha sido así. Hay víctimas que agotan la última posibilidad de la
súplica y del impudor ante jueces inflexibles y verdugos implacables. Actúan
como si hasta el último momento hubiera una posibilidad de salvación. ¿Es esa
creencia la fuente de adhesión a la vida, o más bien al contrario, es su empeño
por sobrevivir lo que les lleva a negar las evidencias?
También es posible que el hombre de
quien he hablado creyera en el alma inmortal, o pretendiera tener una forma de
inmortalidad dejando en la memoria de los demás precisamente el recuerdo de su
dignidad durante las últimas horas de su vida. Y la siguiente idea es si no
será esa remota posibilidad de supervivencia, aunque sólo sea mediante el
recuerdo de nuestros actos, aunque solo sea por mantener unos años nuestro recuerdo,
el móvil de todas las personas que pretenden realizar un cierto modelo ético,
un comportamiento conforme con una idea racional, con un paradigma estético,
con eso, en fin, que constituye la dignidad.
En realidad, el hombre a que me
refiero, es probable que tuviera una firme creencia en el alma. El mismo habló
de tres niveles (lo físico, lo mental y lo espiritual) y de que fue su progreso
a través de ellos lo que había dado un sentido a los últimos años de su vida. A
mí esta idea me reafirma en la mía: el nivel físico se corresponde con la vida
más plena y más auténtica y, al mismo tiempo, con la de mayor indignidad, con
la más perfecta bestialidad. El nivel mental representa la razón, significa un
orden, una limitación del deseo, de las fuerzas de la vida, y es un paso hacia
la muerte. En el nivel espiritual se afirma la banalidad de la existencia, se
rechaza la vida como una maldición y se acepta la aniquilación como única
salida posible.