martes, 23 de febrero de 2010

El terror que no puede decir su nombre.

Últimamente, a vueltas con la crisis, estamos asistiendo a una estraña ceremonia, no sé si de confusión, de exorcismo, o si se trata de una de esas actividades distractivas con las que las gallinas intentan rebajar la tensión cuando se presenta el zorro.
Al parecer, el problema es el paro. Lo grave no es que no se sepa como resolver el problema del paro, sino que nadie parece darse cuenta de que el paro no tiene solución.
Al menos, no la tiene en las actuales condiciones de funcionamiento del colectivo social.
Porque, en definitiva, se trata de convencer a los empresarios para que creen puestos de trabajo. Y nadie reconoce, al menos públicamente, de que los empresarios no tienen ningún interés en crear puestos de trabajo. Están simplemente interesados en abaratar el despido. Un abaratamiento que, de verdad, no necesitan.
El empresario es un ser normal y corriente, interesado solamente en acumular riqueza. Se pretende aumentar sus beneficios con rebajas de impuestos, o con bonificaciones en sus cuotas a la seguridad social. Y lo cierto es que, desde hace ya tiempo, el empresario invierte sus beneficios en máquinas, no en trabajo humano. Cuanto más dinero gane el empresario, más puestos de trabajo va a destruir. Aparte de que siempre tiene la posibilidad de llevarse sus ganancias a un paraíso fiscal, e invertir luego en países de mano de obra baratísima, quitándonos trabajo a nosotros, los todavía bien acomodados ciudadanos del primer mundo.
En lo que sí parece estar todo el mundo de acuerdo es en la solución: mejorar la competitividad, para aumentar las exportaciones y crear puestos de trabajo.
O lo que es lo mismo: exportar el paro.
Desgraciadamente, los extranjeros son tan listos como nosotros, y, además, cobran menos. ¿Vamos a competir con los chinos, que trabajan por un euro diario?
Confiamos demasiado en la iniciativa privada, en una producción excesiva y en un mercado saturado.
Alguien me está diciendo: Es que tiene que intervenir el estado. Tiene que organizar la producción y la distribución de bienes y servicios. No podemos confiar en el caos de la avaricia individual.
Sí, es cierto. Habría que hacer una revolución. O mejor, eliminemos tan antipática palabra, y digamos sólo reformas serias y profundas.
Pero como eso está vedado en la práctica, lo único que se puede hacer es poner parches. Lo que hace el PSOE, frente al guirigay para deficientes mentales con que le critica la ultraderecha pepera.
Bueno, no quiero alargarme. O interviene el Estado, e inteerviene bien, o estamos perdidos.
Echen un buen vistazo a la Historia para saber de otros muchos casos en los que también estuvimos perdidos.






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