domingo, 26 de noviembre de 2017

La violencia sexual.
             La egoísta e irresponsable brutalidad de "La Manada" ha hecho aflorar en los periódicos un sinnúmero de artículos acerca de la violencia sexual, que, al parecer, es algo que va en aumento en nuestros tiempos. Un alarmante signo de esto es el hecho de las actitudes controladoras y machistas de demasiados chicos con respecto a sus "chicas", sean éstas novias formales o no, a las cuales éstas responden, con demasiada frecuencia, con sumisión y conformismo.
            Lo cierto es que en el mundo occidental esto no es algo nuevo. Las ideas y los movimientos acerca de la liberación femenina tienen su más llamativo punto de arranque en los años sesenta, en un momento en que se creyó que la liberación general de la humanidad iba a ser posible. En estos momentos sobran motivos para el pesimismo: de momento, estamos retrocediendo y no podemos estar seguros de que sea posible cambiar esta tendencia.
            Pero es que la tradición anterior, incluso en nuestro mundo, abunda en ese sentido. La mujer estaba sometida al hombre y tutelada por éste, incluso legalmente. Y según algunos testimonios que he podido recoger (e informaciones librescas y periodísticas variadas), en los años cuarenta y cincuenta el que un marido pegase a su mujer era algo de lo más normal. Y no hablemos del mundo islámico.
            Pero, ¿ha sido siempre así? ¿Es así la humanidad por naturaleza, o se trata de un avatar de la evolución social?
            Yo siento el impulso de recurrir a la información antropológica disponible. Y allí descubro que en muchos tiempos y lugares las cosas han sido de otra forma.
            Para empezar, el sexo era algo extraordinariamente libre. Esto era cierto, por ejemplo, en la Arabia preislámica, en la que, por ejemplo, cuando una caravana llegaba a una aldea las mujeres se acercaban a los hombres para "ofrecérseles" como la cosa más natural del mundo. Probablemente, los maridos estaban disfrutando de favores parecidos en otras aldeas. Y, bien pensado, era bastante lógico este comportamiento en un mundo pastoril en el que las idas y las venidas en busca de pastos, o los frecuentes y largos viajes para comerciar, mantenían separadas a las parejas durante largos períodos de tiempo.
            Pero es que en muchos lugares sedentarios las cosas eran muy parecidas: los fang del golfo de Guinea asumían sin problemas los hijos que sus mujeres tenían con otros hombres, entre los masai el matrimonio era una institución sumamente flexible que admitía gran libertad tanto para el hombre como para la mujer, en el África subsahariana existían hasta tiempos no muy lejanos una amplia variedad de fórmulas matrimoniales, en la isla de Samoa, según nos informa Margaret Mead, era inconcebible que un hombre maniobrase para reservarse en exclusiva los favores de una mujer, etc., etc. En este panorama, la palabra "adulterio" carece de significado. Lo cual no significa que no hubiese violencia, pero parece claro que la violencia sexual debía ser algo con un significado totalmente distinto al que nosotros conocemos. Podemos resumir este conjunto de hechos diciendo que, en los pueblos verdaderamente primitivos o naturales, el sexo carece de importancia. En consecuencia es posible una amplia variedad de comportamientos sexuales sin que ello provoque un verdadero rechazo social.
            Probablemente, las cosas debieron cambiar al desarrollarse la sociedad, al establecerse la especialización en el trabajo, el derecho de propiedad y las clases sociales. Acompañado todo ello de un proceso de individuación que convertía a cada uno en un adorador de su propio yo, lo cual, con la superior fuerza física que el hombre suele tener con respecto a la mujer, convierte a ésta en un ser supeditado a aquél. Creo que puedo afirmar que existe una etapa intermedia de la civilización en la cual el horror alcanza su máximo histórico.
            Durante la segunda mitad del siglo XX pareció que esa situación iba a ser definitivamente superada. Pero he aquí que la "crisis" (crisis general, de la cual la económica es sólo uno de los aspectos, aunque quizá el más importante) hace surgir la incertidumbre e indica el peligro de que volvamos a una de esas etapas intermedias que a mí tan indeseables me parecen. Esto que digo sirve para los países desarrollados de cultura occidental, ya que el resto del mundo, o gran parte de él, puede que esté en la peor de todas las situaciones históricas.
            Otra de las cosas que se ha dicho es que "el ataque grupal está aumentando" (Javier Urra en "El País", 24-11-2017). Esto parece estar muy relacionado con el abundantísimo uso de las redes sociales, que facilitan el contacto entre individuos que ya tenían una cierta predisposición. Es muy conocido el efecto de reforzamiento que se produce cuando se reúnen un gran número de individuos con un comportamiento similar. El individuo se siente estimulado y prácticamente obligado a actos de los que sería incapaz por sí solo. Es un ejemplo del efecto de las nuevas tecnologías, responsables en gran medida de la crisis al eliminar muchos seres humanos del proceso productivo, pero también al producir efectos indeseados en la psicología colectiva. Estas tecnologías, que por un lado nos dan la oportunidad de crear en Estado verdaderamente eficaz en la ordenación de la vida humana, por otro lado facilitan el fomento de actividades gravemente lesivas para los demás.
            ¿Hacia dónde vamos?











viernes, 8 de septiembre de 2017


            El gran pecado del cristianismo es haber corrompido el escepticismo. Un griego jamás hubiera asociado el gemido a la duda. Retrocedería horrorizado ante Pascal y más aún ante la inflación del alma que, desde la época de la Cruz, desvaloriza el espíritu.
                        (Cioran. Silogismos de la amrgura).
            Se ha vuelto a publicar un libro de Cioran. E, inevitablemente, nos recuerda a los filósofos cínicos, con quienes tanta relación tiene. Pero hay una diferencia importante: En la época de los cínicos, Dios no había sido inventado. Quizá por eso, su visión negativa de la vida era aún más radical. La angustia de Cioran (quizá un sentimiento añadido) es quizá la visión de que la única vía de salvación que se le ofrece es sólo un espejismo.


domingo, 3 de septiembre de 2017




El amor, Dios y la prostitución.


            Cuando los habitantes de los países avanzados (suponiendo que estemos medianamente bien situados) miramos a nuestro alrededor, es panorama que vemos es francamente agradable. Por doquier se ve el bienestar, las tiendas bien surtidas, señoras vestidas con elegancia, gente de todo tipo paseando a sus mascotas, automóviles circulando, jardines, jóvenes haciendo deporte...
            Pero si buscamos con atención en parajes más escondidos, y sobre todo si leemos las noticias de los periódicos, la cosa cambia radicalmente. Políticos corruptos, enfermedades incurables, indigentes, desigualdad, países gobernados por regímenes tiránicos, pobreza, explotación... Para citar un horror reciente tenemos el caso de Turquía: un ser incalificable (que ya venía maniobrando desde hacía tiempo) se ha adueñado de todo un gran país, poniendo todo bajo su control, reclutando a una inmensa patulea de gente para controlar los puestos de todo tipo de donde han sido expulsados los anteriores ocupantes. ¿Y eso por qué? Pues sencillamente: la personas imbuidas del espíritu de modernidad, de respeto a los derechos humanos, a la libertad y a la dignidad humana no le sirven para satisfacer su, supongo, descontrolado ego y furibundo deseo de control y de poder.
            Bueno, era sólo un ejemplo.
            El caso es que, resumiendo, el mundo no nos gusta.
            Y no podemos soportar esa idea.
            Tenemos que defendernos contra ella. Si pensamos en ello demasiado, la única salida razonable sería el suicidio. En todo caso, deseamos vivir, y vivir agradablemente.
            Necesitamos tener una visión "positiva" del mundo y de las cosas.
            Necesitamos ocultar el horror que por todas partes nos rodea. Y para ello, como hacía el famoso Potemkin para Catalina de Rusia, colocamos una serie de pantallas que nos oculten la realidad.
            Dos de esas importantes pantallas son Dios y el amor. Y unas cuantas cosas más. Y más adelante hablaré del papel que en el mundo ejerce, o podría ejercer, la prostitución.
            Empecemos con Dios. Creo que hay total acuerdo en que Dios es un ser infinitamente bueno justo y poderoso. Y está claro que un ser así es incompatible con la existencia del mal (o mejor, de tantísimos males) en el mundo. Luego Dios no existe.
            Pero lo que a mí me interesa es la cantidad de personas que se resisten a reconocer esta evidencia. El argumento de mucha gente a favor de la existencia de Dios se puede reducir a un "es que si no, no lo entiendo". En las épocas modernas ha habido un sinnúmero de escritores que se han dedicado a describir las vivencias más íntimas de las personas, también en relación con el problema de la muerte y la trascendencia. Pero a mí me gustaría encontrar literatura en relación con el mismo tema, pero de la antigüedad, de antes de que la creencia en "Dios" fuese algo generalizado. Recordemos que Dios fue inventado por los judíos y refinado por los cristianos. Pero en los verdaderos primitivos no existía siquiera la noción de "Dios" y quizá ni siquiera de "dioses". Y una vez que surgió el nuevo mito, la nueva ilusión, Dios, nos aferramos desesperadamente a ella.
            En cuanto al amor, nos encontramos con algo parecido. ¿Existe el amor en la realidad? Es posible que sí, pero sobran motivos para dudarlo. Existe la atracción casi fisiológica que lleva a la gente a emparejarse; pero al cabo de unos años esa atracción desaparece, y es normal que la persona menos dependiente, un poco más fuerte, sienta un acuciante deseo de liberarse de la otra. Sabemos de sobra que, en los países económicamente desarrollados, alrededor de una tercio de los matrimonios acaban en divorcio. Y yo, por mi cuenta, aseguro que otro tercio no se divorcia por motivos económicos. Y en el tercio restante estoy seguro que lo que prima es, más que nada, el interés en un arreglo que permita pasar la vida con ciertos niveles de tranquilidad  y bienestar. Se trata de mantener una situación suficientemente agradable y segura, y de no arriesgarse en aventuras que probablemente acabarán mal.
            Sin embargo, a nivel de comunicación social, lo que funciona a toda máquina es eso que llamamos "amor romántico". Otra ilusión cultural a la que no estamos dispuestos a renunciar.
            Recientemente, en un programa televisivo (creo que ni siquiera era un documental) revelaron que, en la película "Pretty woman", la prostituta que interpreta Julia Roberts acaba muriendo de una sobredosis de alguna droga, en un intento de suicidio. Pero "se decidió" (supongo que lo decidirían los inversores que arriesgaban su capital en el rodaje) que hubiera un "final feliz".
            ¿Qué creen ustedes que habría pasado en el mundo real? Es perfectamente posible que un millonario se encaprichara de una furcia joven y especialmente bonita. Pero también es muy probable que al cabo de algún tiempo se hartara de ella y se la sacudiera de encima. Ella, quizá, se habría hecho la ilusión de que podría salir de su espantoso mundo. Y que en la vuelta a la realidad intentase consolarse con un chute que, quizá también, pudo resultar excesivo.
            Pero la gente, los medios de comunicación, la industria del espectáculo, pasan alegremente por encima de los hechos y nos presentan mayoritariamente un mundo color de rosa. Cualquier cosa con tal de no ver lo que cualquier observador objetivo tiene ante su vista.
            ¿Y qué pinta aquí la prostitución?
            Consideremos primero que la prostitución es algo que se soslaya, que se oculta, que se niega. Algo muy mal visto y que los bien pensantes persiguen y quisieran hacer desaparecer. Seguramente porque enturbia la ilusión de "amor romántico" que es lo único socialmente presentable. Y sin embargo...
            Reconozcámoslo: si observamos lo que en la vida real es el sexo, si estudiamos el "problema sexual", concluiremos rápidamente que la prostitución no es una mala solución. A no ser que el sexo sea algo importantísimo.
            Pero, ¿realmente es tan importante?
            Para los verdaderos primitivos no lo es. Y para muchos que no son primitivos. Sabida es la extensión que el SIDA ha llegado a tener en África. Consecuencia de lo que estoy diciendo. Hace cien años (hay abundante literatura antropológica que lo confirma) en los numerosos pueblos naturales que todavía quedaban en el mundo, había una amplia, desenfadada, alegre, promiscuidad. Si bien, seguramente, era una promiscuidad limitada, usualmente reducida a los ámbitos de la tribu, y sobre todo por efecto de la escasa movilidad de las personas. El problema de África consiste sobre todo en que la movilidad se ha incrementado extraordinariamente, originando una frecuentísima promiscuidad "extratribal" que antes no existía. Comunicaciones periodísticas sobre el problema del SIDA señalan el peligro que son los camioneros, que recorren el continente como vectores de propagación de cualquier enfermedad que puedan tener. Y mucha gente va y viene. Muchos jóvenes salen de sus lugares de origen y se hacinan en grandes ciudades, buscando trabajos en minas o en industrias diversas. Luego vuelven y mantienen relaciones sexuales que, ya, son peligrosas. Los europeos, en su momento, fomentaron extraordinariamente la prostitución. Y los turistas recorren el continente. En ocasiones son "turistas sexuales". Etcétera, etc.
            Acabo de señalar los problemas que plantea la prostitución, probablemente muy importantes. Pero también conviene señalar su aspecto positivos.
            Para ver el aspecto positivo es preciso centrarse primero en el problema que he señalado antes: lo que en la práctica es el sexo, lo que son las relaciones humanas, frágiles, insatisfactorias, frecuentemente sórdidas. Realmente es bueno que haya personas para las que el sexo no sea algo sagrado, supremo, entregable sólo a una determinada persona con la que se mantiene una especie de unión mística que, reconozcámoslo, nunca se da en la realidad. Esas personas, libres de idealismos socialmente mantenidos, pueden proporcionar de modo puntual, o por períodos limitados de tiempo, la satisfacción de una fantasía o de unos deseos exaltados.
            El sexo se integra de esta manera en el flujo natural de la economía. Que, reconozcámoslo o no, es el eje fundamental de la vida.
            Y no hay nada condenable en que esos servicios sean recompensados. Al fin y al cabo, prácticamente todo en la vida es un perpetuo trueque, se reconozca o no.
            Pero la vanidad social nos impide reconocer estas verdades, que en tiempos antiguos eran el objetivo de la filosofía cínica.
            Vanidad que es el soporte del deseo de poder y de la voluntad de dominio.
            Ahora, que cada cual saque sus conclusiones.
 

jueves, 25 de mayo de 2017

La demolición de Sigmund Freud Sigmund Freud, por simple observación durante su práctica terapeútica, descubrió muchas grandes verdades (muchas y grandes) acerca de la naturaleza humana. Desgraciadamente, su procedimiento no se ajustaba al método científico tal como se considera actualmente. Y también contiene algunos errores. Lo cual ha servido de pretexto para atacarlo despiadadamente. Lo cierto es que todas las teorías científicas contienen errores. La ciencia procede por aproximaciones, corigiendo cada nueva teoría los errores de las anteriores. Y esto, que es válido para las ciencias físicas, es mucho más significativo para las ciencias sociales, que plantean gravísimos problemas de replicación y verificación. Pero,sobre todo, está un curioso fenómeno: cuanto más importante sea el personaje que atacamos, mayor será nuestro renombre. Y, probablemente, lograremos además adular a algún catedrático que quizá deba evaluar nuestros trabajos. Y lo grave es que, en su empeño por logar la validez que la moderna metodología científica pretende asegurar, lo que se utiliza en la práctica es el método estadístico. Monótonas especificaciones de diseños experimentales que básicamente consisten en la aplicación de un cuestionario que no suelen dar más que unas distribuciones porcentuales sobre las diversas opcioones propuestas y que no nos acercan a la verdadera y viva naturaleza humana que Freud sí puso de manifiesto. En definitiva, nos dicen mucho más la Psicopatología de la vida cotidiana, o El porvenir de una ilusión, o Más allá de principio del placer, o La psicología de las masas que los idigeribles tochos que hay que estudiar en las facultades de Psicología. Nada más. Romper una lanza en defensa de uno de los mayores genios y de las personas de más elevada moral que la humanidad ha conocido.

domingo, 14 de mayo de 2017

Dios y la naturaleza humana. En la película "Kandahar" (Mohsen Makhmalbaf, 2001), uno de los personajes es un afroamericano que, en su búsqueda de Dios, se ha convertido al Islam y se ha ido a Afganistán para ponerse al servicio de los talibanes. Allí no ha encontrado a Dios, pero sí una enorme cantidad de horror y miseria. Entonces se ha puesto a trabajar como médico, atendiendo a la pobre gente del país. No es médico, pero dada la situación de miseria e ignorancia que se da en zona, puede hacer una valiosa labor sanitaria, utilizando esos elementales conocimientos que aquí tenemos prácticamente todos. Dice algo así como: "Allí encontré a Dios: en la ayuda prestada a estas gentes". Pero observemos algo muy interesante: el objeto de su interés no es “aquellas gentes”, sino “Dios”. Dios es para él la referencia más importante, es “lo absoluto”, utilizando la alarmante expresión que utilizan ciertos mantenedores a ultranza de lo divino. Aparece como el impulso, la justificación y la finalidad de todo acto. En la actualidad, aparece Dios como la fuente mística del amor y de la generosidad, y esto, a nivel de discurso, parece ser indiscutible en el ámbito, al menos, de las dos grandes religiones monoteístas: cristianismo e Islam. Tanto en una religión como en otra existen personas dedicadas a hacer el bien a los demás que utilizan esta referencia a modo de explicación finalista que hace innecesaria toda otra explicación. Desgraciadamente, contamos con un amplísimo registro histórico que muestra como, a nivel global, no han podido evitar que la enorme panoplia de horrores existente en lejanas épocas continúe vigente hasta nuestros días. Parece como si la naturaleza humana fuera refractaria a todos los intentos que se hacen para mejorarla. Incluso, al menos en ciertos aspectos, se siente uno tentado a decir que "cuanto mejor, peor". Porque es cierto que, concretamente en la Edad Media y también en tiempos más modernos, la certeza que los religiosos ponen en sus convicciones han llegado a eliminar la libertad intelectual que en tiempos antiguos era algo tan natural que ni siquiera era preciso formularlo. Sin embargo, en la actualidad, son amplias las zonas del planeta donde la libertad de pensamiento está muy activamente perseguida, y la expresión de ideas personales que contraríen las proclamas de clérigos y ulemas puede acarrear graves penas e incluso la muerte. Es tan llamativa esta contradicción entre la teoría y la práctica (cosa que se ve en las múltiples formas que adopta la hipocresía social) que es natural que queramos buscar una explicación, entender el fenómeno. Se me ocurren dos perspectivas. Una, la naturaleza humana contiene un fondo inevitable de violencia que necesita manifestarse de una manera u otra. Esta idea ha sido discutida por algunos antropólogos basándose en el dulce carácter que presentan algunos pueblos muy primitivos o que viven (me temo que ya, desgraciadamente, no) en condiciones verdaderamente naturales. Una perspectiva que ha sido origen de no pocas investigaciones. Dos, el progreso intelectual, llevado al extremo y combinado con la concentración del poder, es origen de un empeño de perfección social que considera una necesidad la eliminación de toda disidencia. Y también convierte en una misión divina la propagación de unas ideas que se consideran perfectas. Podríamos considerar este punto de vista como formando parte indivisible del primero, o quizá alimentado por la pulsión violenta que éste supone. O también podríamos recordar aquella opinión que sostenía Juan Jacobo Rousseau, según la cual "el hombre nace bueno y la sociedad lo pervierte". Desde luego, desgraciadamente, las sociedades avanzadas crean una especie de teatro que estimula la vanidad y la ambición, y junto con ellas, una larga serie de inclinaciones psicológicas indeseables. Como contrapunto a la religión, y en un intento de superarla, hemos de mencionar el gran número de organizaciones (ONG's) de carácter filantrópico que compiten con las religiosas en la tarea de beneficiar a la humanidad. Esperemos que ninguna de ellas caiga en la tentación totalitaria en que sí han caído las dos grandes religiones monoteístas.

domingo, 23 de abril de 2017



El integrismo religioso.


            Al menos desde aquella época maravillosa que fue la de la Ilustración, uno de los principales ideales de la cultura europea, si no el principal, fue el de la liberación del hombre. Liberación que habría que entender en su más amplio sentido, no sólo de la sujeción al despotismo de las jurisdicciones feudales, sino también de las limitaciones materiales que impone la economía y, quizá sobre todo, del fanatismo religioso que durante siglos fue impuesto por la alianza entre el trono y el altar. Si hacemos un



 somero repaso histórico, vemos que durante la Edad Media europea el enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado (el Estado como proyecto, aunque el enfrentamiento principal tuvo lugar con aquella extraña entidad que fue el Imperio Romano Germánico, que tenía pretensiones de universalidad, lo mismo que la Iglesia) fue uno de los hechos más significativos de la época. Por parte del Estado feudal, la actuación fue la que cabía esperar: se trataba de una estructura de acumulación de poder, poder que en la época consistía en la pura fuerza bruta, expresada en el ideal social de la época: el caballero invencible, experto en las artes marciales del momento y dotado de un arrojo sin límites. Para los caballeros y los grandes señores medievales la vida consistía en defender las posesiones heredadas y en tratar de apoderarse de las ajenas. Las gentes del común quedaban un tanto olvidadas, entregadas a lo que según los discutibles criterios de la época (discutibles ya entonces) eran sus naturales menesteres: trabajar para producir los bienes necesarios para toda la comunidad. El modo en que se hacía el reparto de esos bienes parece estar fuera del campo de atención de los teóricos de la Historia. De hecho, las clases aristocráticas medievales ejercían tal presión sobre el colectivo social que la gran empresa del fanatismo cristiano medieval que fueron las cruzadas, al enviar a Oriente grandes cantidades de maleantes caballerescos, permitió toda una expansión de las fuerzas productivas, de modo que el siglo XII está considerado como un primer Renacimiento, con grandes extensiones de tierras roturadas, elevación de la riqueza y el bienestar general y nacimiento del primer gran estilo artístico europeo: el románico.



            En cuanto a la Iglesia, la actuación fue más criticable, sobre todo porque para ella usamos como criterio los principios que ella misma afirma que se deben aplicar. Ya he indicado que el cristianismo fue inicialmente un movimiento de carácter comunista, basado idealmente en la caridad, que degeneró bajo esa especie de fatal tendencia humana a la privatización. De hecho, papas, obispos, abades, etc. se dedicaron a acumular tierras, riquezas y privilegios, enfrentándose con frecuencia a reyes y emperadores. En esta lucha tuvieron ciertas ventajas: mientras que reyes y grandes señores ejercían influencia sobre territorios limitados, la iglesia era una organización de ámbito paneuropeo, además de que, al atribuirse la cualidad de ser el vehículo por donde se manifiesta la voluntad divina, era la fuente de legitimidad del poder. Afortunadamente, la separación que el mismo Cristo hizo entre lo temporal y lo espiritual (dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César) libró a Europa del totalitarismo teórico en que sí cayeron los países musulmanes.

            Después del bache siniestro que fue el siglo XIV y de la radicalización del feudalismo que fue el XV, poco a poco, el crecimiento económico permitió una nueva época de libertad; de hecho aunque quizá no de derecho. Recordemos la otra época de libertad se dio en el mundo antiguo, hasta que la concentración del poder en el entorno imperial redujo las conciencias a la obediencia total. El entusiasmo por el mundo antiguo, las nuevas apetencias de lujo de los poderosos, pero también de belleza y de saber, la afortunada división de poderes, la existencia de algún país en que la libertad era un principio (Holanda), la exigencia de libertad de conciencia por parte del protestantismo, y también la afluencia de las riquezas americanas, permitieron un desarrollo intelectual extraordinario en el que el ser humano era el centro de la vida. Mientras tanto, reyes y príncipes se enfrentaban en los campos de batalla, quemando en pólvora buena parte de lo que sus súbditos producían; pero mientras tanto la libertad



intelectual fue un hecho aunque, por supuesto, no al alcance de todos. Ese fue el camino del pensamiento europeo hasta esa época que he llamado maravillosa de la ilustración y el enciclopedismo. A partir de ese momento, Europa evolucionó, aunque fuera con obstáculos, hacia el mundo moderno. La situación pudo ser parecida a la que había en los principios del Imperio Romano, cuando quizá los intelectuales de la época pudieron pensar que sólo sería necesario remover algunos obstáculos de tipo meramente material para llegar a una amplia autonomía para el espíritu humano. Desgraciadamente, esa suposición, de haberse realmente producido, hubiera sido ilusoria. La consolidación del estado romano como estructura dictatorial y totalitaria, con la adopción del cristianismo como ideología oficial, y la inexistencia de ciertas condiciones de carácter material, frustraron esas posibilidades. Me parece posible establecer un paralelo entre esas dos épocas: una, la del helenismo, a partir del reinado de Alejandro Magno hasta el siglo III o IV. La otra, los siglos XVIII y XIX. En ambas, la gente culta pudo esperar esa total autonomía humana con respecto a la religión y a la superstición. En el momento presente, para sorpresa de mentes demasiado lineales, el integrismo religioso está en auge. Y no sólo en el mundo islámico, sino también en el cristiano.



            Ya me he referido al mundo islámico. La ideología musulmana es aún más peligrosa que la cristiana, dado que no permite esa resquicio para la libertad que representa la separación entre el poder temporal y el espiritual. En el Islam, la religión es la única fuente posible de legalidad. El poder está necesariamente ligado a la religión y justificado por ella.

            Por supuesto y como era de esperar, la teoría y la práctica no caminan de la mano. En tiempos del mismo profeta y bajo el gobierno de los llamados califas ortodoxos, los infieles no eran molestados. Simplemente, se les gravaba con un impuesto suplementario. Y cuando se produjeron conversiones masivas (obviamente, con la intención de evitar el pago de ese impuesto), el Estado, deseoso de mantener el volumen de sus ingresos, se vio obligado a buscar una alambicada explicación. Se dijo que los impuestos que pagaban los dimmíes (infieles) gravaban, en realidad, a los bienes que explotaban, generalmente tierras en los países conquistados. El descontento popular permitió a Abul Abbas derrocar a los Omeyas y alzarse con el califato, tras una matanza que fue todo un hito histórico. Sin embargo, no suprimieron aquellos impuestos, realizando una de las más conocidas traiciones que los gobernantes han realizado contra los gobernados.

            La trayectoria del islamismo es curiosamente distinta a la del cristianismo. Mientras que éste tardó largos siglos en alcanzar el poder, aquél nació prácticamente con el poder, una vez Mahoma consiguió derrotar a sus enemigos. Prácticamente desde el principio hubo conflictos y enfrentamientos por cuestiones puramente económicas, y quizá también problemas derivados de la inflación consecuente con el reparto de los metales preciosos que las clases dirigentes persa y bizantina habían acumulado. Sin embargo, esas riquezas, repartidas entre los feroces guerreros beduinos, debieron actuar eficazmente como instrumento de cambio, produciendo un crecimiento económico que retrasó la aparición nuevos problemas. Consecuentemente con ello, se tardaron varios siglos en llegar al rigorismo que hoy caracteriza a esa religión. Durante siglos, fue posible el libre desarrollo del pensamiento. De modo significativo, puede observarse en la historia que el totalitarismo, las doctrinas que intentan controlar la conciencia del individuo, que previamente deben haber sido creadas y además adoptadas por el poder, cobran fuerza cuando se dan conflictos económicos. La escasez, o las limitaciones en el crecimiento, impulsan al grupo pretendidamente dominante a despojar al dominado, justificándose en la mayoría de los casos en el mantenimiento de la ortodoxia ideológica. Así, las primeras señales importantes de integrismo religioso, después de la caída del Imperio Romano, se empiezan a observar en el siglo XI, tanto en el campo cristiano como en el islámico. No es que antes no hubiese habido algún movimiento fundamentalista, como los jarichíes, que se separaron del resto de la corriente islámica a raíz del enfrentamiento entre Alí y Muawiya. Pero la gran masa musulmana no resultó influida por ellos. En cuanto al indicado siglo XI, ya hubo una especie de antecedente de las cruzadas en el mundo musulmán, con pocos años de adelanto a esa iniciativa cristiana: el movimiento de los almorávides, que se encargó de liquidar los corruptos y ostentosos reinos de taifas en España. Sería interesante estudiar con detalle la formación y consolidación de la mentalidad integrista o totalitaria, de la cual la religiosa es sólo la más conspicua de las modalidades. Seguramente, se deben dar algunas condiciones más de las indicadas. Concretamente, parece necesario también el crecimiento del estado. De hecho, las expresiones más radicales del totalitarismo en Europa se dieron en el siglo XX. En cuanto al mundo musulmán, los individuos cultos, pertenecientes a las clases más altas, debieron verse obligados a renunciar bastante pronto a su libertad creativa. A personajes como al-Kindí o al-Maarrí, que no tuvieron ningún reparo en descalificar a las religiones, sucedieron extraños místicos, sorprendentemente muy alabados por eruditos occidentales, como Avicena o al-Farabí.



            Así pues, a partir de los siglos XI o XII, tanto en el ámbito musulmán como en el cristiano la ideología se fue tomando progresivamente más en serio por parte del poder. Esto es otra especie de constante histórica: el hombre normal tiende al disfrute, y ello se traduce en apetencias de lujo y placer, no sólo en el sentido meramente físico de estas palabras, sino también en un sentido más intelectual. La curiosidad, el deseo de saber, es natural en la especie humana, y esta es quizá la mejor explicación disponible para el hecho del mantenimiento a través de los siglos de una actividad intelectual aparentemente no fructífera, al menos en el sentido material de la palabra. En el mundo cristiano, papas, reyes, emperadores, protegieron no sólo a los artistas, que les producían directamente objetos de prestigio y lucimiento, sino también a humanistas e intelectuales, sin perjuicio de que se produjeran persecuciones puntuales contra algunos de ellos. Sería interesante un estudio para determinar el alcance y el efecto reales de las distintas inquisiciones que se dieron en Europa.

            En cualquier caso, las masas populares quedaban al margen de este proceso intelectual. En las mismas, como cualquier antropólogo nos puede confirmar, continuaron teniendo gran extensión durante mucho tiempo las prácticas de tipo mágico y animista, variadas supersticiones e incluso ritos orgiásticos primitivos. De hecho, el rigorismo moral no alcanzó a las clases populares hasta que la extensión de la enseñanza pública llevó a grandes masas humanas las consideraciones y las teorías que antes habían sido cosa sólo de minorías cultas. Mientras tanto, en grandes zonas europeas las gentes vivían la naturalidad instintiva de los tiempos primitivos, ajenos a la presión que la normalización educativa acabaría produciendo. Mencionemos, a guisa de breves pinceladas informativas, el descontento que la llamada moral victoriana produjo en tantos intelectuales, o la fascinación que la psicología popular española causó a un Próspero Merimée. Lo primero puede ser considerado como la expresión del malestar producido por la presión institucional sobre unas personalidades criadas todavía en un ambiente natural, y que no se sentían interesadas en unas restricciones morales que se les antojaban demasiado arbitrarias. En cuanto a lo segundo, fue producto del impacto que un mundo semibárbaro produjo en una mente culta de mediados del siglo XIX, descontenta quizá de las insípidas personalidades que estaban apareciendo en el nuevo mundo de la burguesía.

            Y, por último, ahora nos encontramos en un momento en que podemos hablar de una especie de esquizofrenia social. Las masas humanas parecen impermeables a las creaciones de los intelectuales. Estos últimos parecen vivir al margen, mientras que la verdadera filosofía social está formada por los mensajes de la publicidad, las canciones de moda, los seriales televisivos, las películas de acción, los deportes, las revistas de cotilleo y tantos etcéteras que podríamos añadir. En el mundo intelectual existe ciertamente una enorme libertad, pero ésta no parece estar disponible para las masas populares, que tanto cuando creen como cuando no creen (en Dios o en cualquier otra cosa), hacen gala de frivolidad y falta de fundamentación.

            Y retorno por un momento al mundo musulmán. De todos es conocido el ascenso del integrismo religioso, ascenso que en los últimos años se ha revelado menos virulento de lo que en un principio parecía. Si pudiéramos eliminar algunos problemas puntuales, como la criminal actuación del estado judío contra los palestinos o la generosa subvención de los jeques árabes para la propagación de su discutible fe, ese integrismo se suavizaría bastante. Sin duda, la principal fuente de energía del Islam está constituida por la despiadada explotación que el mundo occidental realiza, a través de sus poderosísimas empresas privadas, del tercer mundo. El integrismo siempre será un peligro, debido, entre otras cosas, a importantes mecanismos psicológicos humanos. Pero creo que debemos tener muy claro en qué consiste su fuerza, que se manifiesta sobre todo en su progresiva extensión en zonas no islamizadas o que lo están en escasa medida. Desde luego, está el grave problema del terrorismo islámico. Pero debería estar muy claro, una vez tenidos en cuenta los otros terribles problemas que sufre el mundo y a los que me he referido en este ensayo, que se trata de un problema menor, y que debe su efectividad, sobre todo, a la enorme resonancia que tiene en los medios de comunicación. El suceso más espectacular (la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York), más que producto de la humillación y la pobreza que sufren las masas musulmanas, ha sido la obra de un hombre extraordinariamente poderoso, que forma parte precisamente de esa oligarquía árabe que tan enormes negocios tiene en el mundo occidental y de cuyas verdaderas motivaciones nada sabemos. Nada nuevo: poder contra poder, sin necesidad de entrar en los procesos internos de una mente más o menos delirante o retorcida.

            En cuanto al mundo occidental, se producen de vez en cuando desagradables signos de integrismo, sobre todo en los Estados Unidos. Una de ellas ha consistido en que la presión de la opinión pública ha obligado a un juez (y como consecuencia a todo un tribunal) a modificar una sentencia que afirmaba el derecho de una colegiala a no entonar una canción patriótica en la que, en un momento de fanatismo, se incluyó una innecesaria referencia divina .

            Creo interesante referir este caso, ya que es una buena muestra de cómo la intolerancia religiosa sigue peligrosamente viva en nuestro riquísimo y aparentemente liberal mundo capitalista. En efecto, con fecha 28 de junio de 2002, el diario “El País” nos daba la noticia de que un ateo había conseguido una sentencia para que su hija no fuera obligada a cantar un himno (el nacional de USA) en el que se mencionaba a Dios, dado que esa mención “entraba en conflicto con la separación entre Iglesia y Estado y con su derecho a no creer en Dios. Llevó el caso a los tribunales y perdió. Pero recurrió y ganó”. Pero el revuelo consiguiente fue indescriptible. Tanto que uno de los dos jueces que habían votado en el sentido de la sentencia cambió su voto, dejando al otro en minoría. “Bush se mostró tan indignado por la sentencia como para calificarla de ‘ridícula’, un término que raramente emplea un político para definir una decisión judicial. Toda la clase política del país está con él, desde los republicanos, como el senador Charles Grassley, que definió la sentencia como ‘una tontería abrumadora’, hasta los demócratas, como Richard Gephardt, para quien los jueces tomaron una decisión ‘sin ningún sentido’. Todos han evitado el debate de fondo y aparecen heridos en su americanismo. Tanto es así, que ayer comenzaron las sesiones en el Capitolio con un recital al unísono del juramento a la bandera. Senadores y congresistas gritaron cuando llegaron a las palabras ‘ante Dios’” sin que al parecer les importara la presión que en este caso realiza el poder legislativo sobre el judicial. Con las dudas sobrevenidas a uno de los jueces, y quién puede dudar de que como consecuencia del revuelo, “comienza un laberinto legal que acabará ante el Tribunal Supremo”. El cual se comportó con una astucia admirable. Efectivamente, al cabo de un año, el 15 de junio de 2003, supimos que “Los niños seguirán jurando ‘bajo Dios’ en EE UU”. Según el mismo periódico, el Supremo norteamericano confirma la constitucionalidad del juramento a la bandera que implica a Dios, aunque en realidad, “no entró en el fondo de la cuestión –separación entre Iglesia y Estado- y consideró sin embargo, que el padre Michael Newdow, separado y que en el momento de la demanda no tenía la custodia de su hija, no tiene potestad para incoar procesos judiciales relativos a los principios religiosos y educativos de su hija”. Es decir, el asunto sigue pendiente. Y lo mejor es que no se someta a votación popular, ya que el resultado podría ser un disparate.



            Conocimos otra interesante anécdota el 23 de agosto de 2003, en que el mismo periódico publicaba un artículo bajo el título “El juez de las tablas de la ley”. En el mismo se nos relataba que “Roy Moore, presidente del Tribunal Supremo de Alabama, se ha convertido en un ídolo para los fundamentalistas cristianos estadounidenses. Moore se opone a retirar un monumento a los Diez Mandamientos de Moisés que él mismo hizo instalar en agosto de 2001 frente a la sede del poder judicial en Montgomery, la capital del Estado”. Un juez federal, en una humillante transacción, ordenó que el monumento fuera colocado en un lugar menos público, y los otros ocho jueces del Supremo de Alabama estaban de acuerdo con ello. Pero Ray Moore, que en la campaña electoral en que fue elegido se definió a sí mismo como “el juez de los Diez Mandamientos”, no cedió, aunque fue condenado a una multa de 5.000 dólares diarios por desacato. “Moore, rodeado por cientos de fundamentalistas cristianos que le vitoreaban y que organizaban vigilias junto a las tablas de la ley, prometió mantener en su lugar el bloque de granito. ‘Nunca negaré el Dios de quien dependen nuestras leyes... No puedo pasar por encima de mi conciencia’”. Según él, “la orden del juez Thompson (el juez federal que ordenó trasladar el monumento) no era legítima: ‘El juez Thompson se ha situado por encima de la ley y por encima del propio Dios’”. Innecesario mencionar las protestas de numerosas asociaciones religiosas y de derechos civiles, dado que el monumento “vinculaba la Administración de Justicia a un Dios concreto, el judeocristiano”. En este caso, no sé como terminó el asunto.

            Pero quizá la mas grave manifestación del fanatismo religioso se ha dado con la reelección de George Bush para la presidencia del país en noviembre de 2004. Al parecer, han sido las confesiones religiosas, en especial los llamados “evangélicos”, los que le han dado los millones de votos que le convierten en el presidente más votado de la historia de los Estados Unidos. No parece importar a estas gentes la calaña moral de semejante individuo, responsable formalmente (ya sabemos que hay fuertes intereses detrás de él) de hazañas como la anulación del tratado de no proliferación nuclear, de la de los protocolos de Kioto, de dejar sin protección los bosques del país, de reducir al mínimo las ayudas al tercer mundo etcétera, aparte de que su verdadera misión parece ser la de embarcar al estado norteamericano en inmensos gastos, para defenderse contra nadie, que dejarán probablemente como herencia al siguiente presidente. Pero el objetivo habrá sido logrado, y lo que venga después no importa.

            En la actualidad, Estados Unidos es el país emblemático de lo que yo llamo “progresos hacia atrás”. De ellos, seguramente el peor consiste en el avance del fanatismo religioso, que confiere al individuo una ilusoria seguridad afectiva, pero que cierra a la conciencia humana el camino hacia una visión equilibrada y realista de las cosas (casi podríamos decir “científica”), condición necesaria para, al menos, evitar el empeoramiento de las condiciones de la vida humana. Como ya he mostrado en este ensayo, el poder recurre al fanatismo para imponerse, y se refuerza con más dosis de fanatismo, como un monstruo que se alimentara del horror que él mismo produce. Ya he indicado como, al menos una vez, en los tiempos finales del Imperio Romano, la Historia pareció haber llegado a su final, con la construcción de un estado feudal y absoluto que, en realidad, era un infierno para casi todos sus habitantes. Si esa situación se reprodujera, no quedan ya unos bárbaros que pudieran provocar un reinicio en la vida de la humanidad.


lunes, 13 de marzo de 2017

El amor, Dios y la prostitución.


            Cuando los habitantes de los países avanzados (suponiendo que estemos medianamente bien situados) miramos a nuestro alrededor, es panorama que vemos es francamente agradable. Por doquier se ve el bienestar, las tiendas bien surtidas, señoras vestidas con elegancia, gente de todo tipo paseando a sus mascotas, automóviles circulando, jardines, jóvenes haciendo deporte...
            Pero si buscamos con atención en parajes más escondidos, y sobre todo si leemos las noticias de los periódicos, la cosa cambia radicalmente. Políticos corruptos, enfermedades incurables, indigentes, desigualdad, países gobernados por regímenes tiránicos, pobreza, explotación... Para citar un horror reciente tenemos el caso de Turquía: un ser incalificable (que ya venía maniobrando desde hacía tiempo) se ha adueñado de todo un gran país, poniendo todo bajo su control, reclutando a una inmensa patulea de gente para controlar los puestos de todo tipo de donde han sido expulsados los anteriores ocupantes. ¿Y eso por qué? Pues sencillamente: la personas imbuidas del espíritu de modernidad, de respeto a los derechos humanos, a la libertad y a la dignidad humana no le sirven para satisfacer su, supongo, descontrolado ego y furibundo deseo de control y de poder.
            Bueno, era sólo un ejemplo.
            El caso es que, resumiendo, el mundo no nos gusta.
            Y no podemos soportar esa idea.
            Tenemos que defendernos contra ella. Si pensamos en ello demasiado, la única salida razonable sería el suicidio. En todo caso, deseamos vivir, y vivir agradablemente.
            Necesitamos tener una visión "positiva" del mundo y de las cosas.
            Necesitamos ocultar el horror que por todas partes nos rodea. Y para ello, como hacía el famoso Potemkin para Catalina de Rusia, colocamos una serie de pantallas que nos oculten la realidad.
            Dos importantes pantallas son Dios y el amor. Y unas cuantas cosas más. Y más adelante hablaré del papel que en el mundo ejerce, o podría ejercer, la prostitución.
            Empecemos con Dios. Creo que hay total acuerdo en que Dios es un ser infinitamente bueno justo y poderoso. Y está claro que un ser así es incompatible con la existencia del mal (o mejor, de tantísimos males) en el mundo. Luego Dios no existe.
            Pero lo que a mí me interesa es la cantidad de personas que se resisten a reconocer esta evidencia. El argumento de mucha gente a favor de la existencia de Dios se reduce a que "si no, no lo entiendo". En las épocas modernas ha habido un sinnúmero de escritores que se han dedicado a describir las vivencias más íntimas de las personas, también en relación con el problema de la muerte y la trascendencia. Pero a mí me gustaría encontrar literatura en relación con el mismo tema, pero de la antigüedad, de antes de que la creencia en "Dios" fuese algo generalizado. Recordemos que Dios fue inventado por los judíos y refinado por los cristianos. Pero en los verdaderos primitivos no existía siquiera la noción de "Dios" y quizá ni siquiera de "dioses". Y una vez que surgió el nuevo mito, la nueva ilusión, Dios, nos aferramos desesperadamente a ella.
            En cuanto al amor, nos encontramos con algo parecido. ¿Existe el amor en la realidad? Es posible que sí, pero sobran motivos para dudarlo. Existe la atracción casi fisiológica que lleva a la gente a emparejarse; pero al cabo de unos años esa atracción desaparece, y es normal que la persona menos dependiente sienta un acuciante deseo de liberarse de la otra. Sabemos de sobra que, en los países económicamente desarrollados, alrededor de una tercio de los matrimonios acaban en divorcio. Y yo, por mi cuenta, aseguro que otro tercio no se divorcia por motivos económicos. Y en el tercio restante estoy seguro que lo que prima es, más que nada, el interés en un arreglo que permita pasar la vida con ciertos niveles de tranquilidad  y bienestar. Se trata de mantener una situación suficientemente agradable y segura, y de no arriesgarse en aventuras que probablemente acabarán mal.
            Sin embargo, a nivel de comunicación social, lo que funciona a toda máquina es eso que llamamos "amor romántico". Otra ilusión cultural a la que no estamos dispuestos a renunciar.
            Recientemente, en un programa televisivo (creo que ni siquiera era un documental) revelaron que, en la película "Pretty woman", la prostituta que interpreta Julia Roberts acaba muriendo de una sobredosis de alguna droga, en un intento de suicidio. Pero "se decidió" (supongo que lo decidirían los inversores que arriesgaban su capital en el rodaje) que hubiera un "final feliz".
            ¿Qué creen ustedes que habría pasado en el mundo real? Es perfectamente posible que un millonario se encaprichara por una furcia joven y especialmente bonita. Pero también es muy probable que al cabo de algún tiempo se hartara de ella y se la sacudiera de encima. Ella, quizá, se habría hecho la ilusión de que podría salir de su espantoso mundo. Y que en la vuelta a la realidad intentase consolarse con un chute que, quizá también, pudo resultar excesivo.
            Pero la gente, los medios de comunicación, la industria del espectáculo, pasan alegremente por encima de los hechos y nos presentan mayoritariamente un mundo color de rosa. Cualquier cosa con tal de no ver lo que cualquier observador objetivo tiene ante su vista.
            ¿Y qué pinta aquí la postitución?
            Consideremos primero que la prostitución es algo que se soslaya, que se oculta, que se niega. Algo muy mal visto y que los bien pensantes persiguen y quisieran hacer desaparecer. Seguramente porque enturbia la ilusión de "amor romántico" que es lo único socialmente presentable. Y sin embargo...
            Reconozcámoslo: si observamos lo que en la vida real es el sexo, si estudiamos el "problema sexual", concluiremos rápidamente que la prostitución no es una mala solución. A no ser que el sexo sea algo importantísimo.
            Pero, ¿realmente es tan importante?
            Para los verdaderos primitivos no lo es. Y para muchos que no son primitivos. Sabida es la extensión que el SIDA ha llegado a tener en África. Consecuencia de lo que estoy diciendo. Hace cien años (hay abundante literatura antropológica que lo confirma) en los numerosos pueblos naturales que todavía quedaban en el mundo, había una amplia, desenfadada, alegre, promiscuidad. Si bien, seguramente, era una promiscuidad usualmente limitada a los ámbitos de la tribu, y sobre todo por efecto de la escasa movilidad de las personas. El problema de África consiste sobre todo en que la movilidad se ha incrementado extraordinariamente, originando una frecuentísima promiscuidad "extratribal" que antes no existía. Comunicaciones periodísticas sobre el problema del SIDA señalan el peligro que son los camioneros, que recorren el continente como vectores de propagación de cualquier enfermedad que puedan tener. Y mucha gente va y viene. Muchos jóvenes salen de sus lugares de origen y se hacinan en grandes ciudades, buscando trabajos en minas o en industrias diversas. Los europeos, en su momento, fomentaron extraordinariamente la prostitución. Y los turistas recorren el continente. En ocasiones son "turistas sexuales". Etcétera, etc.
            Acabo de señalar los problemas que plantea la prostitución, probablemente muy importantes. Pero también conviene señalar su aspecto positivos.
            Para ver el aspecto positivo es preciso centrarse primero en el problema que he señalado antes: lo que en la práctica es el sexo, lo que son las relaciones humanas, frágiles, insatisfactorias, frecuentemente sórdidas. Realmente es bueno que haya personas para las que el sexo no sea algo sagrado, supremo, entregable sólo a una determinada persona con la que se mantiene una especie de unión mística que, reconozcámoslo, nunca se da en la realidad. Esas personas libres de idealismos socialmente mantenidos pueden proporcionar de modo puntual, o por períodos limitados de tiempo, la satisfacción de una fantasía o la de unos deseos exaltados.
            El sexo se integra de esta manera en el flujo natural de la economía. Que, reconozcámoslo o no, es el eje fundamental de la vida.
            Y no hay nada condenable en que esos servicios sean recompensados. Al fin y al cabo, prácticamente todo en la vida es un perpetuo trueque, se reconozca o no.
            Pero la vanidad social nos impide reconocer estas verdades, que en tiempos antiguos eran el objetivo de la filosofía cínica.
            Vanidad que es el soporte del deseo de poder y la voluntad de dominio.