El alma es materia perecedera o es
espíritu.
En el primer caso, el conocimiento
puede progresar hasta donde la materia pueda llegar a comprenderse a sí misma.
Ese límite marca precisamente el campo de la libertad, porque la libertad
comienza donde termina el conocimiento.
Si es espíritu, por un lado es
inmortal y por otro no está sujeta a las limitaciones de la materia y, por lo
tanto, el conocimiento puede progresar de manera ilimitada. Si por otro lado
existe el poder, el conocimiento podrá ser empleado por unos individuos
-dotados de alma- contra otros. El propio conocimiento acrecentará el poder de
los poderosos, y podrá ser utilizado para limitar la capacidad de acción de
otros seres también dotados de alma que, en principio, deberían ser libres. He
aquí que el conocimiento niega la libertad por dos caminos: negando la
capacidad de decisión -el conocimiento, que siempre es conocimiento de la
necesidad, se limita a dar razón de lo que no tenemos más remedio que hacer- y
negando la capacidad de acción. He aquí que la hipótesis del progreso
ilimitado, si comporta también el crecimiento ilimitado del saber, tiene como
consecuencia la reducción del campo de la acción humana, la negación de la
individualidad, su propia y absoluta inutilidad.