Tras una larga cadena de asociación
de ideas cuyo comienzo prefiero no recordar, me di cuenta de que las armaduras
más perfectas se construyeron en el siglo XVI, cuando ya las armas de fuego las
habían hecho inútiles.
Generalizando, me di cuenta de que
la mayoría de los inventos humanos nacen bajo el imperativo de la necesidad, se
perfeccionan cuando los condicionantes económicos lo permiten y llegan a la
perfección cuando ya son completamente inútiles, por puras exigencias de la
estética, por una cierta necesidad humana de coherencia interna.
De aquí se desprende la inutilidad,
desde el punto de vista de lo natural, de la razón humana, de los más íntimos y
propios constituyentes de nuestra mente.
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